Varios amigos me han preguntado por teléfono y las redes acerca del brote de COVID-19 en la localidad donde vivo. Se preocupan por saber, además de cómo estamos, por qué aquí llegamos a esta situación, y cómo saldremos de ella. Por otra parte, he visto en la prensa y las redes sociales el énfasis en la tesis de que el exceso de confianza y la indisciplina causaron lo ocurrido. Coincido que hay que considerarlas entre las causas, y fueron los gatillos que desencadenaron la nueva situación, pero para extraer lecciones que ayuden a evitar situaciones semejantes en otros sitios o de nuevo aquí en el futuro, debemos escarbar un poco más, e intentar comprender esas y otras cuestiones más específicas.
No pretendo ni creo que pueda explicarlo todo, ni aportar
argumentos definitivos e irrebatibles a favor de una relación causal
irrefutable, pero si, al menos invitarlos a conversar, con toda la ambigüedad e
imprecisión de una de esas conversaciones que entablamos mientras jugamos
dominó, para a través de ella pensar un poco más allá de lo que aparece
inmediato y supuestamente claro a nuestras mentes.
Acontecimientos
Lo ocurrido es conocido. Desde enero el gobierno cubano trabajó ardua
y exitosamente en la preparación del país para enfrentar la epidemia. Esta se
hizo presente el 11 de marzo y exactamente tres meses después comenzaba una
nueva etapa de recuperación para alcanzar una nueva normalidad. El éxito alcanzado
se puede explicar de varios modos, yo lo sinterizaría como la ejecutoria de una
estrategia sistémica, de integración y colaboración gubernamental, científica
y ciudadana. Ha sido dirigida y liderada por el gobierno, y ejecutada con
la más amplia participación de todos los sectores, en especial el personal y
las instituciones de salud, las instituciones del Estado, la defensa civil, los
jóvenes, el voluntariado… Ante una situación extraordinaria y a pesar de los gigantescos
obstáculos, el esfuerzo rindió el mayor de los frutos: promovió la cooperación en
una orquesta de millones para salvar las vidas y proteger a la ciudadanía de una
amenaza real y tangible.
En medio de la recuperación y la implementación de un plan de
gobierno para atender los efectos de la crisis mundial que se nos viene encima,
el reporte de cierre del 23 de julio informó de 3 nuevos casos confirmados de
la enfermedad, uno de ellos de Bauta. Nada asombroso, aunque este último tenía
identificados 34 contactos en vigilancia, entre otras razones por la
realización de una fiesta donde no se adoptaron las medidas mínimas de
seguridad. Al día siguiente, se confirmaron 3 casos, al siguiente 7, al otro
10, al otro 17 (10 de ellos del poblado costero de Baracoa). Ya estaba desde el 23 en
cuarentena Bauta, y ese día entró en cuarentena Baracoa. Hoy
29 de julio se informó que al cierre de ayer 28 se confirmaron 12 casos
más de Bauta, para una suma total de 50 casos en 6 días.
Es una situación grave, en un poblado pequeño y densamente poblado,
muy activo en su comunicación física con otros territorios y poblaciones cercanas
como Baracoa, Ben Tre, y la capital del país. Se trata de una vuelta atrás
desencadenada por la conducta de un grupo de personas, que se percibe temeraria,
pero que hicieron algo ordinario y común sin tomar en consideración los riesgos
posibles en el contexto de la transición hacia la nueva normalidad. Es un caso
típico de conducta irresponsable de varios individuos, y podríamos dejar el
análisis en eso.
Pero también puede valorarse como un claro ejemplo de complejidad,
donde se revela la asimetría entre las acciones y sus efectos, cuando lo
conocido, ordinario y manejable (reunirse a festejar) trae consigo en ciertas
condiciones específicas consecuencias imprevistas y sorprendentes por inesperadas
y graves (la propagación de la pandemia). Una pequeña alteración a un nivel, que
produce en otro la catástrofe de nuestras predicciones.
¿Las causas de lo ocurrido se reducen a una mezcla de baja
percepción de riesgo, irresponsabilidad, descuido, negligencia y espíritu
festivo? ¿Acaso no han sido suficientes las acciones gubernamentales, los
mensajes por todos los medios, los llamados a la prudencia y la cooperación? ¿No
llegó el mensaje? ¿No se recepcionó? ¿No se comprenden por las personas de aquí
los mensajes y la fragilidad de la situación de salida de una pandemia? ¿No son
razonables? ¿Hay personas a quienes no les importa?
Siente uno la tentación de dar una respuesta simple a esas
preguntas, y achacarlo todo a la irresponsabilidad manifiesta de las
individualidades, cosa que sin lugar a dudas tuvo lugar. No obstante, de casta
le viene al galgo, y aunque se trate este escrito de una conversación, tiene
sentido para el filósofo buscar un poco más, para contribuir a aprendizajes
posibles que aporten al esfuerzo común y a comprendernos mejor. No basta en
este caso con explicar, pues el asunto no concierne solo a las cosas.
Necesitamos comprender las conductas humanas, la fragilidad de los
humanos, y de nuestra capacidad para sumarnos a un esfuerzo colectivo de cooperación
y ayuda mutua, que es el llamado que ha hecho el gobierno cubano, y que nos ha
conducido a manejar de forma efectiva la pandemia.
Bauta es parte de Cuba y su población no es ajena a la misma
estirpe colaboradora y abnegada de las personas que contribuyen al esfuerzo
nacional para superar la pandemia. El poblado cabecera municipal se ubica en
las cercanías de la capital, y para una mirada rápida y unificadora no suele tener
mayores diferencias que las que pueden encontrarse en otros sitios cercanos a
ciudades mayores. En parte coincido, pues efectivamente, lo mismo pudo y puede
ocurrir en otros muchos lugares de la geografía nacional. Pero al mismo tiempo
no lo considero exacto. Este territorio y sus pobladores tienen algunas características
y condicionamientos que deben tomarse en cuenta. La mayoría seguramente estará presente
también en otros sitios de la geografía nacional, pero la forma específica siempre
será diferente, y en asuntos que tienen que ver con la cooperación entre
humanos, es muy importante que sea considerada la forma específica. Al fin y al
cabo, como me recordaba siempre el maestro García Galló, somos un pueblo que
comenzó una Revolución en tiempos de carnaval, y esa irreverencia de alguna
manera nos define y no debería sorprendernos.
No creo que el brote que nos tensa hoy ocurriera precisamente aquí
porque seamos especialmente diferentes, indisciplinados, fiesteros,
irresponsables y descuidados, los bautenses, o los cubanos en general. Hemos
dado masivas muestras de lo contrario.
Otra explicación sencilla es que se trata de un suceso causal,
propio de la pandemia. Hay suficientes ejemplos en el mundo de vueltas atrás y
rebrotes en disimiles contextos. Parte de esa explicación consiste en que es
casual que ocurra aquí o allá, aunque siempre será manifestación de aquella causalidad.
Y ahí podría quedar la explicación de todo: los rebrotes ocurren porque
responden a una causalidad macro del fenómeno pandemia, que se abre camino aquí
o allá cuando los disparan gatillos específicos.
No niego la veracidad de ese marco de solución del asunto, pero me
aparto un poco de él por una razón profunda.
El virus y la enfermedad se expresan de manera relativamente estable,
y esa estabilidad permite la elaboración de protocolos de tratamiento efectivos,
siempre dentro de ciertos rangos y tiempos. Pero los procesos que involucran lo
biológico y lo social están lejos de ser automáticos. Para entender cómo se
manifiesta la pandemia y como impacta en un contexto necesitamos considerar la
situación social en términos menos generales. Los impactos en una sociedad y
una localidad dependen del contacto entre el agente viral y las vulnerabilidades
sociales a través de las personas. Son esas vulnerabilidades las que propician
los mayores estragos, y para evitar ciertos comportamientos necesitamos pensar en
las condiciones sociales que los favorecen. No estamos frente a un desastre o fenómeno
natural, sino ante uno socioambiental, donde las vulnerabilidades sociales
cuentan y cualifican.
Un poco de historia pueblerina
Para entender las vulnerabilidades sociales de una parte de
nuestro territorio nacional como Bauta debemos acercarnos, aunque sea por
arribita a su historia, su devenir en el tiempo. Lo haré recurriendo a lecturas
y a mi memoria como persona que nació, se crió y vive aquí. De ellas varios elementos
sobresalen por su impacto simbólico y práctico: la carretera central, el
acueducto, la textilera Ariguanabo, la Revolución, la migración, la crisis de
los noventa y sus secuelas de largo plazo.
Bauta es un poblado cuya fundación se remonta al siglo XIX (1850).
Tiene doble nombre, Bauta por el apellido de un canario que se asentó en la
zona a mediados del siglo XVI, y Hoyo Colorado por el color de sus tierras y el
cuenco en que está ubicado. El poblado quizás sería hoy semejante a otros
asentamientos cercanos más pequeños, como Corralillo o Anafe, de no haberse construido
en los años veinte del siglo pasado la carretera central. Esta vía le confirió
una ventaja en las comunicaciones, el comercio y como se suele decir, la recolocó
en el mapa para llegar a ser algo más que un lugar ubicado en las
cercanías de la laguna “La Pastora”, a orillas del antiguo camino de Vuelta
Abajo.
A la carretera y su impacto se sumaron dos obras, la textilera
Ariguanabo en la década del treinta y en los cuarenta el acueducto del pueblo,
que le confirieron el doble atractivo de lugar donde había trabajo y condiciones
para vivir. Familias campesinas que habían perdido sus pedazos de tierra o se
vieron forzados a venderlos, como mis abuelos, llegaron a este lugar desde los
campos cercanos en busca de trabajo para ellos y una mejor vida para sus hijas
e hijos.
Mixtura cubana
Aunque la textilera llegó primero, el acueducto se promocionó como
un progreso, y con el tiempo, el tanque elevado para el abasto por gravedad, se
inmortalizó en el imaginario. Realmente, no era más que un tanque ordinario, sin
mayor belleza que la inherente a un objeto técnico, pero visible desde lejos, y
con el nombre del pueblo a la vista. Ya en los ochenta no tenía una función
útil, pues el pueblo había rebasado con mucho la capacidad de distribución por
gravedad y se bombeaba el agua. Pero el símbolo estuvo ahí hasta que un huracán
lo hizo caer a principios del siglo XXI. Estaba en ese momento pintado en la
parte superior, herrumbroso y deteriorado en su estructura de sustentación. Aunque
hoy en su lugar esta situado otro tanque, su semejanza con el anterior no alcanza
siquiera el nivel de una caricatura. Incluyo este comentario porque ayuda a
comprender las particularidades del problema de los símbolos y las identidades,
y roza el problema de la administración pública que a lo largo de toda la
historia local ha tenido altibajos de todo tipo.
Todos sabemos que los símbolos arrastran multitudes y que el
proceso de su elaboración no es completamente aleatorio. En este caso no lo
fue, pues el tanque fue promocionado como obra de progreso, y en su construcción
tuvo presencia la persona, el interés y el capital que antes habían estado en
la textilera. Pero llegó a ser un símbolo que no representaba y no representa un
sistema social, sino la localidad y el espacio de convivencia local compartido
por su población.
Los símbolos culturales que valen en una población no son solo históricos
o patrióticos, incluyen cosas que en sí mismas, como esta del tanque de agua,
pueden parecer ridículas a los ojos de otros, pero son sumamente delicadas. El nudo
de la cuestión no está en el objeto, sino en el imaginario popular, en esa trama
profunda e inexplicable que une un objeto técnico o cualquier otro, con
recuerdos y vivencias personales y grupales. Y no obstante lo ridículo que parezca,
el símbolo hace su trabajo desde el interior de quienes lo comparten:
identifica, convoca, moviliza, genera coherencia en el nosotros que tanto se
necesita para afrontar las situaciones difíciles de la vida. Por acá faltan símbolos de ese tipo.
La textilera legó una cultura del trabajo fabril, la disciplina
obrera, y también un sentido de privilegio y hasta de casta o aristocracia
obrera. Esto último estuvo presente en una parte de quienes trabajaban allí, que
podían permitirse una casa de tabloncillo, el lujo de una empleada doméstica y
a veces de un auto. Este último, según confesión de un dueño de gasolinera que
conocí, a veces solo se movía por el pueblo para exhibición, porque no era
costeable, pero era todo un símbolo de estatus social. Era una especie de
versión criolla de aristocracia obrera, estatus capitalista del empleado exitoso,
que quizás fuera una de las fuentes de la primera migración después del triunfo
revolucionario. Lo menciono porque la migración y el tránsito de personas es un
factor relevante de la situación actual del territorio.
La revolución social que triunfó en 1959 trajo cambios positivos
de todo tipo, como en el resto del país, y el territorio cambió bastante. La
población creció vinculada a la industria textil, azucarera y la ganadería vacuna,
instituciones educativas, de salud y culturales, además de un nivel educacional
mucho más alto. El territorio tenía historia y se hizo más historia en estos
años, baste recordar la presencia del Che, Ministro de industrias, entre muchos
acontecimientos relevantes.
Tras un largo devenir positivo, desde los noventa comenzó a
sentirse en la localidad el impacto del período especial, la migración a los
Estados Unidos que existía desde los sesentas, y una inmigración interna, de
cubanos que desde otras provincias no alcanzaban a instalarse en la capital
pero encontraban aquí y en los alrededores espacio propicio y cercano para
permanecer en tránsito y finalmente quedarse o partir a la ciudad. Entre otros
impactos el identitario y de calidad de vida se ha hecho notar. Creció en esos
momentos el territorio urbano de forma desordenada y sobre todo, sin la creación
de infraestructura, lo que empeoró varios servicios, como electricidad y agua. Desde
entonces nos acompañan problemas vinculados a la tensión poblacional que impacta
en todos los servicios, incluidos el agua, la recogida de basura y los servicios
comunales en general, no solo mercaderías.
Aunque Bauta está situada en un cuenco, con un manto freático
apenas a 7 metros de profundidad y la humedad es un problema serio en la
temporada de lluvias, no recuerdo en mi infancia albañales desbordados en las
vías, ni impedimento para salir a montar chivichana, patines o carriola por las
calles asfaltadas. Las había asfaltadas y de piedra, cada una en su calidad. Debíamos
esperar el período de lluvias para que se inundara “la laguna”, un terreno baldío
en el centro del pueblo donde se acumulaban las aguas pluviales, para escaparnos
de las casas y disfrutar del espectáculo. Pasada la emergencia el lugar
permanecía seco, allí empinábamos papalotes, y disfrutábamos del circo y los
caballitos cuando pasaban por el pueblo. Los noventa legaron una práctica no superada
hasta el presente, de romper aceras para que el albañal vierta de los patios a
las calles, con graves consecuencias para la higiene y la salud. A lo anterior
se suman desde entonces los vertimientos de aguas negras del alcantarillado. Por su parte una
obra costosa para evitar las inundaciones de “la laguna” la convirtió con el
tiempo en lugar al que evacuan aguas negras y contamina una real laguna al sur del poblado
donde van a parar. La "laguna" pasó a ser una cloaca en el centro del pueblo, que
se distingue como un bello cuadrado verde casi al centro en los mapas e imágenes satelitales,
y ofrece un espectáculo muy distinto para los transeúntes.
Los problemas ambientales no son poca cosa en este lugar. De hecho, al salir a caminar para estirar las piernas y practicar un poco de ejercicio no puede uno menos que sentir que está viviendo en un lugar desordenado y falto de higiene, por momentos con basureros improvisados que hieren la vista y el olfato. Y no es algo que pueda atribuirse simplemente a que las autoridades no hagan su trabajo, -que seguramente debe seguir mejorando porque es insuficiente organizativa, tecnológica y materialmente-, sino que cada basurero que se genera de la noche a la mañana, literalmente, surge mediante la colaboración no convocada y perversa de muchos habitantes de localidad. Se trata de una irresponsabilidad que se alimenta de indiferencia y desarraigo. Son paradojas de una identidad en equilibrio de quiebre que está detrás del problema que hoy enfrentamos.
Los noventa trajeron también el dólar y el CUC de una manera intensa.
En un espacio tan pequeño llegué a contar más de veinte establecimientos en CUC
en los noventa, y en la actualidad se cuentan unos 16, que incluyen dos en dólares,
resultado de la reciente reforma.
Desde sus dos nombres parece que a este poblado lo acompaña la ambivalencia, pues aquí todo es dual, bueno por una cara y no tanto por otra. Preferimos la buena cara, pero no por desviar la mirada la otra deja de estar ahí. La textilera y la enseñanza técnica que llegó con la Revolución creo que nos legaron además un ingenio mecánico que se manifiesta en muchos negocios actuales en talleres de tornería, mecánica y cuanta cosa se necesite. Más que mecánica, en ellos se hace la magia de crear lo imposible, desde las piezas de un auto o una maquinaria de los cuarenta, de una bicicleta, una moto o una Verjovina de los setentas, o de un vehículo más moderno. Otros servicios de reparación como los de TV, celulares y PC responden a dinámicas semejantes. Una de las características de este sitio es que se produce de todo, sea legal o no su producción, y no en pequeña escala, sino en la escala que la mente concibe y los recursos permiten, siempre con el horizonte de la gran ciudad cercana, o más allá. Algunas personas de la ciudad grande suelen decir, que si necesitas algo y no lo encuentras, deberías buscarlo en Bauta. Este pueblito tiene jiribilla.
Además de su utilidad práctica que sirvió a la economía y la
cultura, a las reuniones de Orígenes y al crecimiento local, la carretera central
devino una especie también de símbolo o parteaguas. Recuerdo en los ochentas,
como servía de línea divisoria de un paisaje monótono hacia La Habana. Era fácil
distinguir entonces, al norte de la carretera infinitos pastizales, con sus
postes blancos y alambrado de púas, a veces con ganado vacuno, y a veces ninguno,
esto último, sobre todo, desde la crisis de los noventa. Y al sur de la vía,
infinitos cañaverales. Ese paisaje de pastizales y cañaverales cambió, quedan
los pastizales a un lado, y al otro tierras que no se distingue siempre si
están ocupadas o no, o en qué lo están. No es el paisaje típico del campo, con
diversidad de árboles, productores y cultivos, sino el de una zona abandonada
por una producción que ya no está, y otras que todavía no han logrado sustituirla
completamente. Se añade al paisaje la presencia de nuevas viviendas en las
cercanías del poblado, bien construidas y amplias, al modo de villas suburbanas
de un sector con más recursos económicos. Otras obras importantes me remiten a
la autopista nacional en el tramo hacia Pinar del Río. No describo el camino
hacia Artemisa, porque uno de los problemas culturales e identitarios de este
territorio consiste en que una parte creo que relevante de sus habitantes mira
más al norte y al noreste que al sur suroeste.
La división político administrativa ubica la localidad en la
provincia Artemisa, cuya capital es la ciudad del mismo nombre. Pero las
identidades no se generan en un día, y la nueva capital provincial sigue siendo,
al menos para una parte de los que viven en Bauta un territorio lejano, que carece
de atractivos y sentido de pertenencia. Así una parte de la identidad tiende a
lo capitalino, lo que se reafirma en las conexiones, y los vínculos sociales y
laborales. Creo que con independencia de la división político administrativa, en
lo que respecta a la pandemia al decir Bauta convendría pensar más en las
lógicas de La Habana, que en las de Artemisa. En ese sentido es un territorio frontera
que está más conectado hacia afuera que hacia adentro de la provincia.
Su población tiene los pies bien puestos sobre la tierra, pero padece
cierto estrabismo identitario. La mirada de unos se dirige hacia el suelo y los
zapatos, para centrarse en lo inmediato. Otros miran al horizonte que ofrece al
norte noreste, la ciudad capital donde hacen su vida, pues La Habana que se
vislumbra en la bruma mañanera y se ilumina al atardecer desde algunas azoteas
y edificios no solo fue capital provincial: es lugar de trabajo, recreación y
abastecimientos. Tampoco son pocos quienes tienen el horizonte más al norte o
al norte noreste, hacia los Estados Unidos y Europa, a donde sueñan emigrar, o
de dónde vienen los recursos con que alcanzan un nivel de vida superior al que
tendrían si solo contaran con sus ingresos nacionales. No es extraño que los
estrabismos impidan a unos y otros percatarse de los semejantes que tienen al
frente, por quienes deben preocuparse y con quienes deben colaborar. Faltan sensibilidades y solidaridades.
Todo lo anterior intenta solo ilustrar la situación muy compleja en
que vive la población de un territorio tan pequeño y grande. Pequeño, pues una
persona saludable puede recorrer su perímetro urbano y trazar andando dos líneas
rectas que se crucen en su centro, sin alcanzar los 10 000 pasos. Pero es a la
vez inmenso, porque alberga las realizaciones, esperanzas y sueños de más
personas que las que pueden registrarse en un reporte estadístico de
habitantes.
La mezcla de indiferencia, descuido e irresponsabilidad en la que
incurrieron varias personas, animadas por sentimientos religiosos, de confraternidad,
o simple relajamiento tras varios meses de mucha tensión por la pandemia
produjo un resultado negativo que no se explica solo por la conducta individual
de cada uno de ellos. Creo que pone de relieve el quiebre identitario que
permite la omisión del otro y frena la construcción de un nosotros más
colaborativo. Es algo negativo, pero completamente humano. Y lo más importante,
es algo superable si se identifica bien y se hace el trabajo necesario en la
comunidad. No es un problema de ellos, es un problema de nosotros.
La complejidad aumenta cuando comprendemos las cualidades del
territorio como frontera en sentido migratorio. Bauta no es solo un sitio de
asentamiento, es también un sitio de paso y de acogida, cruce de caminos,
delimitación entre la ciudad y el campo, lo que está al frente y lo que está a
la espalda, punto de mixtura y sincretismo, de identidades que se
reconstruyen. Tomo una imagen prestada de Ítalo Calvino que me enseñó el amigo Leonardo Montecchi
para explicarlo. Como en Ciudades invisibles nuestra Despina es una ciudad del deseo que se presenta diferente a quienes llegan del desierto y el mar. El deseo de
los viajeros transforma la imagen que entreven de la ciudad. Los que vienen del
desierto ven el barco anclado en el puerto listo para partir, y los que arriban
de la mar ven las largas caravanas de camellos que permitirán cruzar el
desierto. Quien cuida los camellos y el marinero ven a Despina como una ciudad
fronteriza entre dos desiertos. Cada quien describe y siente una Despina diferente.
El poblado de Bauta no tiene ni mar ni desierto, pero viene a ser
una singular Despina, un pequeño pueblo en condición de frontera imaginaria del deseo, que
sirve a unos y a otros e integra muchas voces diferentes. Al entenderlo como
una sola voz, estandarizamos y omitimos, y corremos el riesgo de perder los
interlocutores.
Por otra parte, en Bauta ha tenido lugar una estratificación
social muy marcada entre personas con ingresos y niveles de acceso muy
diferentes, pero no separadas en guetos o repartos distantes, sino por la pared
entre dos departamentos de un edificio, el mínimo pasillo entre dos casas, o
los metros del ancho de una calle. En un espacio mínimo la diversidad es enorme.
En un contexto social así no basta por ejemplo, que un mensaje sea difundido
en la televisión o la radio para que sea escuchado, y cuando esto se logra,
para que sea comprendido e incorporado a las acciones por cada habitante. Se requiere
trabajo social desde la base, minucioso y dedicado para comprender la
diversidad de sistemas de signos que se adecuan y con los que reconocen y narran
sus realidades las personas que las viven, porque en Bauta no se vive una
realidad única, la localidad se nutre de muchas realidades que conviven en un espacio
apretado.
Y no obstante, es un bello lugar, donde al salir a algunos
espacios puede uno toparse todavía con un zun zun y un majá Santamaría.
Para cerrar la partida
Una conversación a la mesa de dominó no termina nunca sin alguna
conclusión, por pequeña que sea.
Quizás un dicho nos sitúe en el camino de entender lo ocurrido en
breves palabras.
Pueblo chiquito, infierno grande.
Bauta es pueblo chiquito…, con lógicas de frontera, aspiraciones de ciudad y añoranzas de campo, lugar de encuentro, conexión y partida, presión poblacional, convivencia sencilla y opulenta, avances y retrocesos socioambientales, cuestiones pendientes, identidad local en delicado y frágil equilibrio de quiebre…
Dual y ambivalente comenzando por sus nombres, no es extraño que
en un contexto así aparezcan sorpresas negativas, y tampoco será sorprendente que
nos sobrepongamos a ellas, continuemos colaborando y sigamos adelante hasta la
recuperación completa, con todos y para el bien de todos.
Carlos J.
Delgado
29 de julio 2020
El texto ha sido publicado por la revista Aurora, número 9, 2020.